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MARTIN STRAUBE, médico, Bochum
Hilden, 02.10.2002
SEMINARIO DE INTRODUCCIÓN A LA MEDICINA ANTROPOSÓFICA

LOS MÚSICOS DE BREMEN
En el cuento de Grimm, “Los Músicos de Bremen” encontramos la descripción de cuatro animales, que, según lo expuesto en el estudio antroposófico del hombre nos son familiares. Encontramos al burro, que siempre ha llevado la carga al molino, el perro fiel, que siempre acompañó al amo y siempre le ha ayudado, el gato, que tiene su lugar predilecto junto al calor de la cocina, que empero también ha cazado lauchas y el gallo, que acaba de pronosticar buen tiempo y que mediante su canto todas las mañanas despierta a los demás. De esta manera, nuestro cuerpo físico lleva las cargas, nuestro cuerpo etérico nunca nos abandona, salvo en la muerte, nuestra alma, dotada de simpatía y antipatía, se nos figura al modo de gato que busca el calor, pero también casa lauchas y finalmente, el yo, como único miembro del ser que está en condiciones de orientar su mirada más allá del día, y que nos despierta por la mañana, cuando hace su entrada al cuerpo. Estas cuatro figuras de encuentran en un estado deplorable. Están viejas y débiles y están amenazados de ser privados del alimento. Además, se encuentran dispersos los unos de los otros, no tienen contacto entre sí. Es la imagen de la enfermedad. No hay coordinación entre ellos, no actúan mancomunados, pleno de sentido, lo cual los debilita y les quita la posibilidad de alimentarse, ya no pueden cumplir sus tareas. Cuando eso acontece, el hombre está enfermo, dado que, cuando está sano, dispone de la plena facultad de funcionamiento de los miembros del ser, su fortalecimiento (nutrición) en el accionar y su vigor. Al producirse una relación no coordinada entre los miembros del ser, se debilitan y sufren sus funciones.
En el cuento, es el burro quien se decide a huir, encaminándose a Bremen, donde quiere ganar su sustento mediante el arte (la música) Primero se encuentra con el perro, luego con el gato y por último con el gallo, los reúne para que lo acompañen. Al caer la noche llegan a un bosque y quieren dormir. El burro y el perro se acuestan en el suelo, el gato trepa al árbol y el gallo vuela a la cima del mismo. Entonces, el gallo ve una luz en la lejanía, despierta a los demás y los conduce a la casa de donde proviene la luz.
Generalmente, es el cuerpo físico, en el cual nos damos cuenta de la enfermedad, a través de dolores, mediante la observación de un bulto, una erupción cutánea, una parálisis, etc. Esto nos mueve a emprender algo, consultar un médico, acostarnos en la cama o a descansar. Cuando nos acostamos para dormir, hacemos lo mismo como los músicos de Bremen. Al cuerpo físico y al cuerpo etérico los colocamos en la cama, el cuerpo astral y el yo van hacia “arriba” para regenerarse, en nuestro cuento, ascienden al árbol, ámbito dador de fuerzas de vida en nuestro cuento. El yo y el alma no se hallan presentes conscientemente en el cuerpo animado, se genera una conciencia similar al sueño o al estar dormido. Una conciencia del estar dormido existe también en el caso del hombre-voluntad. Al respecto, no se refiere a la concepción de aquello que quiero, a modo de un reflejo secundario del impulso volitivo en mi concepción, sino la relación activa con un acto, con su impulso proveniente del destino, o una pieza de trabajo. Entonces, el yo y el alma se encuentran “dedicados al asunto” y no están en lo suyo. Durante el estar dormido, me conecto nuevamente a esa región de mi destino, hecho que puede reflejarse en el deseo de “pasar por el sueño”, alguna decisión muy seria que tengo de tomar. Pero, al igual como sucede en el cuento con el gallo, es siempre el yo quien asume la conducción.
Luego, los cuatro compañeros llegan a la casa de los bandidos, ven al alimento, etc. y entran en un orden: abajo el burro, arriba el perro, el gato sobre el perro, y sobre el mismo, el gallo. A partir de una señal, ejecutan su “música” y entran a la casa, abalanzándose por la ventana, echando así a los bandidos, se sacian de alimento y se sienten bien. Cuando uno de los bandidos retorna, para explorar el terreno y observar si el peligro ha pasado, después de que los cuatro animales se entregaron al sueño, tiene que emprender la huída, dado que halla resistencia, que interpreta a modo de fuerzas supranaturales. Lo que más lo afecta es la voz del gallo, que con su kikeriki, se le figura como voz del juez, a quien cree que está diciendo: “¡Traigan aquí al malhechor!” y es lo peor que le puede pasar al bribón bandido. Debido a ello, los bandidos no regresan y los cuatro músicos pueden seguir viviendo allí en paz.
Lo sorprendente es, que los animales viejos, débiles y desnutridos recobran la fuerza y pueden nutrirse. El camino, ahora conducido por el yo, no lleva al paraíso, sino directamente a la cueva de los bandidos. ¿Quiénes son los bandidos? En el estudio antroposófico del hombre se conoce un fundamento, a modo de “Fundamento psicohigiéngico”, que afirma que todo aquello que no realizo a modo de hombre íntegro, me roba fuerzas, y en cambio aquello que hago con la integridad de mi ser, me brinda fuerzas. Es fácil observan donde y cuando llevo a cabo cosas no como hombre íntegro: cuando al viajar en mi auto el pie aprieta el acelerador, mientras que se hacen los cambios sin prestar atención, además, estoy enojado con el vehículo que me precede y el que me sigue, expresándolo verbalmente, y además estoy escuchando la radio con noticias que me interesan. Sucede, que cada miembro del ser está ocupado en un asunto diferente. En la vida cotidiana no podríamos existir, si eso no fuera así. De todos modos, la medida en la cual podemos llevar a cabo simultáneamente estas diversas actividades, vivenciándonos –así y todo- como personalidad íntegra, depende de la capacidad de integración de nuestro yo. Esa medida es diferenciada individualmente, diferenciada, según nuestro estado, según el momento en el día y la duración de una disgregación tal. El sobrepaso de esa capacidad de integración conduce en principio a un agotamiento, estado que podemos interpretar como debilitamiento, en la mayoría de los casos, como reducción reversible del organismo de la vida. Existen tantos estados, en los cuales podemos catapultar a nuestro yo hacia fuera de la conjunción de los miembros del ser: Al caminar por la casa, y la pelusa sobre el piso exclama: “¡Levántame!” y lo hago, es la pelusa que impulsa mi acto y no, yo. Al respecto, otorgo un rol a una cosa insignificante, rol, que está previsto para mi yo. Ese yo empero, es el coordinador, el integrador, para que yo pueda realizar algo, como ser humano íntegro. En nuestra vida cotidiana, por doquier algo nos quita la posibilidad de obtener esa integridad. El stress, el teléfono, el lavado de la vajilla, los términos, las pelusas, los enojos, los medios, el cúmulo de pormenores, pero, también la tendencia de nuestra cultura, que nos distrae, que es hética, que nos seduce, que nos disgrega con publicidad, con medios, que nos desgarran, nos da la ilusión de felicidad, etc., arrebatándonos nuestra integridad. Esos factores son bandidos. Habitan la casa, en la cual nuestros cuatro miembros del ser, pueden ejercer su accionar en conjunto. Tan pronto como esos nuestros cuatro miembros del ser pueden hallar su debido orden recíproco, pudiendo accionar armoniosamente en conjunto, tal como aparece en la imagen de los cuatro animales colocados unos sobre los otros, esos bandidos pueden ser ahuyentados, a partir de lo cual los cuatro miembros del ser recobran su bienestar, ya no están gastados y se fortalecen mediante el accionar pleno de sentido.
Tal naturaleza rapiña posee no solamente nuestro hábito de vida desplazador del yo; un efecto similar poseen los conflictos crónicos y las sobre-exigencias anímicas. Un conflicto agudo requiere generalmente una reacción aguda, una pelea, una separación, o un reglamento nuevo. Un conflicto crónicamente latente, en cambio, que parece merecer un arreglo una solución aguda, tal vez dolorosa “vale decir, que no desafía al yo al ocuparse del mismo” al adquirir una permanencia suficientemente extensa, puede crear una organización perceptiva que toma un carácter de enajenación que escapa al yo, y se independiza. Como parte de la organización sensible (cuerpo astral) posee un carácter catabólico. Ese catabolismo se refiere empero siempre a la organización vital (cuerpo etérico) “agujereándola” con el tiempo, atacando directamente al cuerpo físico, mediante inflamaciones crónicas, estados dolorosos, deformaciones, etc. Por lo tanto, un conflicto crónico es comparable a un efecto tóxico crónico, tal como la organización sensible (cuerpo astral) de accionar catabólico, en sus productos catabólicos constantemente  produce toxinas, que empero siempre elimina en el proceso fisiológico. Un conflicto agudo, pelea o separación es una eliminación tal, un reglamento nuevo y un nuevo acuerdo, al cabo de un conflicto producido es la edificación de una nueva estructura conducida por el yo a partir de la capacidad digestiva de a organización sensible. De esta manera, el cuerpo astral también cobra actividad en el organismo: cataboliza y elimina los productos catabólicos. A partir de algunos productos catabólicos, por ejemplo, el calor, la organización del yo crea su corporeidad. Las toxinas que no pueden ser eliminadas, y que no prestan servicio para la edificación de la corporeidad de la organización del yo, cobran un efecto patológico. Ese efecto tóxico de la organización sensible también puede ser reemplazado por tóxicos externos, debilitándose de esa manera la organización sensible. Esto ataña a las toxicomanías (1993: 3 millones de alcohólicos en la Alemania Federal), pero también toxinas crónicas provenientes de productos alimenticios, industriales, cosméticos y objetos hogareños; 1,5 millones de personas psico-fármaco-dependientes y aproximadamente 200.000 drogadictos. De esa cantidad incalculable de “venenos cotidianos”, la mayoría pertenece a los 12 millones de aleaciones producidas por el hombre mismo hasta 1993, de las cuales únicamente 1.500 fueron examinadas con respecto a su toxicidad. Pero, solamente con respecto a su toxicidad referida al hombre sano, que en su lugar de trabajo (5 días por semana, 8 horas por día) esencialmente está expuesto solamente a esa sustancia; no examinadas están las incontables posibilidades de combinación de toxinas por ejemplo en niños, embarazadas, enfermos, ancianos, que tienen que exponerse a tales venenos las 24 horas del día y 7 días de la semana a tales tóxicos. En el uso cotidiano, el hombre civilizado se conforta con 60-80.000 diariamente. Sus efectos en el cerebro, los nervios periféricos, el riñón y las glándulas hormonales, sus efectos como “trastornos funcionales psico-vegetativos” indican un debilitamiento tal, de la organización sensible. También las alergias provocan la salida de la organización sensible del concierto de los demás miembros del ser. Sobre todo en los países con conciencia higiénica del mundo occidental las alergias han aumentado de manera explosiva. Pareciera, que los así llamados anticuerpo IgE del sistema inmunológico, que son necesarios como defensa en ocasión de condiciones de vida no muy higiénicas para el catabolismo y el aniquilamiento de parásitos, bajo condiciones muy higiénicas se hallan “subdesocupados” ocupándose entonces bajo el co-factor del momento del stress anímico en medida mayor de materias de índole insignificante, las cuales son atacadas violentamente. En estas patologías concuerdan los factores anímicos y físicos, debilitando la organización vital, y, a la larga, deformando al cuerpo físico (por ejemplo, el efisema pulmonar, al cabo del asma prolongado, etc.).